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Cuando vemos estas maravillosas estructuras alrededor de las diversas ciudades que conforman nuestro país, a veces uno se olvida de algo muy importante, de su historia. Uno sólo observa  la majestuosidad del presente, del aquí y ahora, un poco en ruinas, sin embargo aún asombrosa pese a los años que lleva ahí: tantos que uno ni se los imagina remotamente. Pero ¿qué representa realmente esa arquitectura que ha logrado la permanencia pese a los cambios que el tiempo ha traído? Un pasado instaurado aun en el presente. Sus raíces no ceden del todo ante el cambio de religión y de gobierno que trajeron los españoles en la conquista. Y como resultado de esta lucha de ideologías tenemos la imagen de un templo católico postrado arriba de una de estas pirámides. Ahí tenemos la maravillosa pirámide de Cholula en San Andrés de Cholula, Puebla. Aquella que fue la más grande en su tiempo en México y servía para la adoración al dios Quetzalcóatl, que dirige la mirada al Popocatépetl (hermosísimo y espectacular) y hoy carga en su yugo el peso de una iglesia color amarilla. En sus entrañas, dentro de sus túneles guarda los misterios de una civilización, esconde los secretos de un pasado de sacrificios y adoración. Cuando aplaudimos escuchamos el canto del cenzontle.

Por otro lado tenemos el Templo Mayor hoy situado en la urbe más importante del país, la Ciudad de México. Muchos caminamos por esas ruinas sin saber que en otro tiempo fueron sede de grandes sacrificios. Cuando Bernal Díaz del castillo lo describe nos impacta con esa descripción de paredes llenas de sangre dirigidas a un dios, Huitzilopochtli. También tenemos cerca de ahí las pirámides de Teotihuacán, especialmente la del sol y la luna. Sus estructuras permiten conocer de manera extraordinaria fenómenos de la naturaleza como los solsticios. La energía que otorgan a sus visitantes es algo que les da ese toque peculiar. ¿Por qué será? ¿Qué magia tienen que les permite hacer eso?

Así, si un día de estos usted, querido lector, camina por estos espacios construidos con algo más que piedra y sudor, no deje de preguntarse por lo que pisan sus pies y sus ojos. Tal vez viendo, escuchando, oliendo, tocando, degustando, encuentre como el arqueólogo encuentra, un pasado que jamás ha dejado de existir que respira y dormita y aun así nos sorprende, nos impresiona, nos abraza. Conocer las pirámides de México es una experiencia imperdible.  

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Autor: Graciela Solorzano